Ophiocordyceps unilateralis

Desde lejos, pero desde cerca, provoca su efecto. Ella no entiende qué pasa, pero sabe íntimamente que ya no es ella. Ya no es ella quien toma las decisiones ni quien está en poder de su propio cuerpo. No es ella la que voluntariamente se aleja del resto, sino que es su presencia la que la lleva a  hacerlo.

Adonde sea que vaya, ahí está él. No le habla, no le dice nada. No le murmura órdenes al oído ni la amenaza con castigos violentos. Pero ella lo siente. Está ahí, en su cabeza, dictando cada paso equivocado que da. Por él se tropieza; por él se retuerce. Por él sube y sube, y no puede escapar. Por él abandona a sus amigas, a sus hermanas, a las que dependen de ella y de su trabajo. Y sigue subiendo, subiendo, sin mirar atrás.

Él sonríe, en algún lugar, y se frota las manos. Ella es su esclava. Desde que logró penetrar en ella, infiltrarse en su cuerpo y en su mente, él es quien tiene las riendas y ella no puede hacer nada para evitarlo. Él es todo, y ella, ella no es nada. Solamente un envase, un vehículo que él puede usar y tirar cuando quiera.

Él la guía, le marca el camino. Y ella obedece porque ya no puede resistir. Y con sus últimas fuerzas, muerde una última vez. Muerde ahí donde él quiso, y muere. Muere enajenada, inconsciente, despojada de sí. Muere asesinada y el mundo ni se entera.

Y él celebra. Celebra porque ella le dio vida. Porque con ese último sacrificio, ella hizo posible su perpetuidad, y él no va a dejar que sea en vano. Por eso crece. Y sale al mundo desde su cabeza, donde estuvo todo este tiempo, materializándose por fin, casi de manera poética. Abandona el cadáver de su huésped para ser libre, lenta pero decididamente. Y en su honor, se hace muchos otra vez.

Otras van a caer y a morir bajo su influencia y así sabrá que el regalo de ella, su martirio, dio sus frutos.

Después de todo, se trata solamente de sobrevivir.

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El hongo que inspiró el relato: Ophiocordyceps unilateralis – Video